Toda historia tiene un comienzo…
Hace apenas unos días se cumplió el primer aniversario de la Nintendo Switch. La nueva consola de la gran N, que muchos denominan como “híbrido de consola” (que forma más asquerosa de llamar a una consola tan genial, no puedo con esa denominación, lo siento), llegó a nuestras vidas (al menos a los escaparates y estanterías de tiendas y comercios) el 3 de marzo de 2017 y, desde entonces, no ha hecho más que recibir buenas palabras (y algunas malas, pero pocas) tanto de profesionales del sector como de los jugadores que se han dejado la pasta para llevarse una Switch a casa. Bueno, a casa o donde ellos quieran, que te la puedes llevar donde quieras. Esta entrada, aunque no lo parezca, no va de Nintendo ni su Switch, aunque quizá un poco sí. Pero vayamos por partes al comienzo de todo esto…
Aunque Switch ya lleva poco más de un año en el mercado y en los hogares de más de 15 millones de personas, ha tenido que esperar un año para llegar a casa. Por este motivo no puedo hablaros ni deciros mucho de la nueva consola de Nintendo, pero no es de esto de lo que va este texto. Así que no hay problema.
Como no podía ser de otra manera, no al menos en mi caso, Switch se ha venido a casa con The Legend of Zelda: Breath of the Wild (Nintendo, 3 de marzo de 2017). Y aunque apenas lleve unas 5/6 horas de juego, puedo deciros ya de antemano que no me he equivocado. Al poco de arrancar el título seremos testigos de la siguiente escena:
Precioso y épico a más no poder. Pero no es a lo que voy. No es de lo que va esta historia. El hecho es que tras presenciar esta maravilla me quedé un rato quieto, pensando… pensando que estaba ante algo que va a ser muy especial: ese travelling lateral que nos muestra a Link despertando de un reparador sueño de 100 años y re-encontrándose con Hyrule, esa música, la iluminación,… es un momento mágico, perfecto diría yo. Y en ese preciso momento recordé lo que sentí con The Legend of Zelda: a Link to the Past (Nintendo, 1992). A Link to the Past fue el primer juego de Zelda que pasó por mis manos y, para no engañaros, es mi Zelda favorito. No digo que sea el mejor, que para mí lo es, pero es el que más me gusta y al que más cariño guardo (aquí el factor nostalgia tiene algo de culpa). El Zelda de la Super Nintendo (Nintendo, junio de 1992) fue algo mágico para mí, toda una experiencia en cuanto a los videojuegos se refiere. Y llegó a mis manos de la manera más tonta.
Por aquel entonces alquilábamos los juegos en los videoclubs del barrio (antes no era normal tener tantos juegos como lo es hoy en día) y uno de mis amigos decidió alquilar el Zelda un jueves por la tarde (alquilando el juego el jueves te salía más barato y no lo tenías que entregar hasta el lunes). En el grupillo de amigos, éste vecino y yo éramos los únicos que teníamos “El Cerebro de la Bestia” en nuestro poder (y creo que ambos tan sólo teníamos el genial Super Mario World (Nintendo, 1992), juego que venía con la consola en un flamante pack de lanzamiento), y el viernes por la tarde, cuando quedamos para dar una vuelta como era ya costumbre, me vino con el juego porque venía en inglés y no le servía demasiado. No sabía, según dijo, qué tenía que hacer ni dónde tenía que ir, así que para tenerlo muerto de risa en casa me lo dejó. Y vaya regalo me hizo sin saberlo él.
Recuerdo que aquel sábado me levanté bien pronto. En casa todos dormían y fuera llovía. Así que inserté el cartucho en mi consola de 16 bits y empujé la palanca del Power. Y la magia comenzó a salir por la pantalla del televisor. Esa música fantástica y maravillosa de Koji Kondo, esa intro contando a muy grandes rasgos la historia, el hecho de poder ponerle mi nombre al protagonista de la aventura, la lluvia que nos acompaña hasta el castillo, ese primer encuentro con la princesa Zelda… El que haya disfrutado de esta gran aventura de Link sabrá y entenderá perfectamente de lo que le hablo.
Y es justo aquí, tras el pasaje introductorio del Zelda de Switch y mi recuerdo del Zelda de Super Nintendo, donde llego al origen de todo, al preciso y justo momento en el que los videojuegos llamaron y entraron sin previo aviso ni permiso alguno en mi vida.
Es curioso darse cuenta muchas veces en la vida, sobretodo según va pasando el tiempo, que las mejores cosas que a uno le pueden pasar suelen presentarse de manera casi accidental. Así, sin buscarlas uno, en un curioso, misterioso y casi siempre gratificante golpe del azar. Golpe que siempre consigue despertarnos de ese estado en el que estamos sumidos normalmente, algo así como un “modo sin pena ni gloria” que a veces llevamos activado por la vida. Creo firmemente que es algo que no valoramos lo suficiente y deberíamos tener en cuenta. Quizá deberíamos dejarnos llevar más por la vida y por sus misteriosos caminos, disfrutando de lo que tenemos y dejándonos sorprender por lo que venga después en vez de andar siempre detrás de la próxima zanahoria en la forma que sea.
Lo mejor de todo esto es que nunca sabemos cuándo la vida nos tiene preparadas una de sus sorpresas esperando a la vuelta de la esquina. Y cuando eso ocurre, cuando nos dejamos sorprender por la vida, es casi innecesario mencionar que suele quedarse grabado a fuego en nuestra memoria, dejando un espacio muy especial para ellos en la misma, rodeándolos con el paso del tiempo de esa magia y brillo tan especial que tienen los momentos especiales, convirtiéndose así en habitantes del Olimpo de los Recuerdos.
De esta forma, de recuerdo en recuerdo, llegamos hasta finales de abril/principios de mayo de 1982. Recuerdo aquella tarde de sábado como si fuese hoy mismo. En medio de una visita familiar como otra cualquiera mi tío, que era en aquellos tiempos comercial de unos “decomisos”, nos echó a todos de la habitación para mostrarnos algo que acababa de salir a la venta y que según él decía, “era el futuro”. Y allí nos reunió a todos, completamente a oscuras, alrededor del televisor con algo funcionando.

Thro’ the Wall (Spectrum, 1982)
Con tan solo 5 años contemplé algo que me embrujó al instante, produciéndose en ese justo momento un flechazo, un amor a primera vista que me ha acompañado desde entonces. Y desde aquel preciso momento tuve clara una cosa: “eso” tenía que estar en casa. Tuvimos suerte y el ZX Spectrum 48K (Sinclair Research, 23 de abril de 1982) llegó a casa las navidades de ese mismo año (mi abuelo pensó que sería interesante que aprendiésemos a programar de cara al futuro).
Y junto al ordenador venía la ya mítica “cinta Horizontes”, una cinta de música de las de antaño repleta de datos y código. Aún recuerdo el tacto de “El Gomas”, el proceso de carga de aquella cinta con sus rayas y sonidos tan especiales, los colores… era todo magia en estado puro. Y después de unir el ordenador con el cassette de casa con unos cables y asistir totalmente embobado a todo el proceso, llegó lo mejor: contemplar con mis propios ojos en la sala de estar de casa “El Muro” (Thro’ the Wall, Psion Software Ltd., 1982).
A día de hoy puede parecer una tontería, soy completamente consciente de ello, pero en aquel entonces contar con este “machacaladrillos” de concepto y manejo tan simple, y lleno de colores por todos los lados, en casa era lo más parecido a estar en una película de ciencia ficción. Las gentes de Sinclair y Psion consiguieron trasladarme a otro mundo y permitirme disfrutar de sus miles y miles de historias desde aquellos maravillosos años hasta hoy.
Toda historia tiene un comienzo. Y esta es la historia de cómo llegaron los videojuegos a mi vida. De cómo llegaron para quedarse y acompañarme hasta quién sabe cuándo (espero que para siempre). Y es que, como apuntaba en un principio, casi siempre las mejores historias llegan de la nada, sin avisar. Puede que una tarde cualquiera de sábado en casa de tu tío. O una fría mañana de invierno mientras todos duermen con un mando en la mano y el diccionario al lado. O bien una tarde cualquiera como la del 3 de marzo de 2018.
Si os apetece, os invito a que compartáis conmigo cuál fue vuestro momento mágico con los videojuegos, ese recuerdo especial que guardáis en vuestra memoria, esa toma de contacto con este hobby que compartimos y que tan buenos y grandes momentos nos hace pasar.
Que grande eres! Menudo remember me has hecho sentir. Mi primer encuetro consciente y que recuerdo perfectamente con los videojuegos, fue por 1984, un HITBIT de SONY (El HB55) y el juego de cartucho Car Jamboree. Esas navidades fueron el click de las maquinitas para mi. Luego vinieron las cintas, sus sonidos de carga y las luces de colores que, raya a raya, dibujaban la carátula de tus juegos en pantalla mientras te comías la merienda con el colega o hermano (en mi caso) mirando embobado la carátula de la caja y leyendo una y otra vez el prólogo de la historia que no estaba en el juego pero que te preparaba/sugestionaba para la aventura que ibas a vivir
Pero fue allá por 1987…recuerdo tener el MSX2, un SONY HITBIT HBF9S, cuando paseando por la calle con los amigos me quedé embobado mirando a través del escaparate de la tienda de videojuegos/electrodomésticos del barrio, viendo en una pantalla de 14″ con culo, el juego Metal Gear que más tarde me traerían los Reyes Magos (que aún conservo y que funciona).
El juego iba sólo, en ese modo automático que cuando no tocabas nada, veías lo que hoy sería un gameplay. Aquello me dejo loco, las letras de Metal Gear subiendo cada vez que acababa aquel gameplay se me quedaron grabadas para siempre, como a tí con el Spectrum.
Una vez con él en casa, recuerdo jugar con mi hermano horas y horas, diccionario VOX en mano traduciendo los textos de pantalla y descubriendo, como si de un jeroglífico se tratará, el siguiente paso para llegar al final de la historia que aún a día de hoy me pone los pelos de punta.
Gracias por el texto!! Abrazos!
¡Qué tío más grande! En ello coincido con David.
Echaba de menos estos textos, siempre has sabido conectar como nadie con la fibra de todos los que amamos este mundillo y aquí lo vuelves a demostrar. Estoy totalmente de acuerdo, ese momentazo del “Breath of the Wild” ya da a entender que hay algo muy especial por delante. Yo no tuve la suerte de tener una Super en su momento pero con Zelda sentí sensaciones parecidas cuando inserté el cartucho de “Link’s Awakening” en mi vieja Game Boy, comprado en Alcampo con los ahorros de algún cumpleaños, si no recuerdo mal. Era mi primer contacto con el héroe legendario y hasta entonces nunca había jugado a nada igual. Luego llegó “Ocarina of Time” y aquello ya fue el acabose, aún hoy flipo con que pudieran meter un mundo como el de ese Hyrule en un cartucho, por mucho que fuera de N64. Y BotW ha traído muchas de aquellas sensaciones, magia en cada rincón.
Que sentimiento en cada palabra… me ha emocionado bastante el artículo! Genial, tío, muy genialérrimo.
Mi primer contacto videojueguil fue pronto, allá por mediados de los 80s que mi padre compró un flamante MSX de Sanyo… recuerdo también, como si fuera hoy, todas esas pantallas de carga, esos interminables minutos con rayas y ruidos hasta que, por fin, cargaba tu juego favorito.
No tengo claro cual fue el primero, pero si de los primeros que recuerdo, uno que seguro que le sonará a Nareox… Aspar GP!
Ya se anticipaba la imagen de deportistas famosos unidos a videojuegos.
También increíbles los juegos de Los Goonies o el mítimo Yie ar Kung Fu.
Y uno que soy incapaz de recordar su nombre, se que era un tipo que bajaba a una mina, o algo así, y había que esquivar las piedras que caían y demás. En fin, recuerdos de tardes de Nocilla, Mazinger Z y/o Dragones y Mazmorras y los inicios de videojuegos!